16 febrero, 2012

Declaración de derechos

Si para que todo este dolor acabe
y deje de extrañarte, de nombrarte.
Si para que el tiempo avance
y se desdibuje ese minuto eterno.
Si para que la vida sea más vida
sin importarme su misterio.
Si para dejar de buscarte,
de añorar tu olor, tus ojos, tus silencios,
fuera necesario borrarte en mis ensueños.

Me rehuso a olvidarte.
Me niego a no llamarte aún con pensamientos.
Aunque esta herida no cierre
y el dolor no se acabe.
Aunque el tiempo no avance.
Aunque el sonido de tu voz no llegue
y tu mirada sólo este grabada en mis pupilas.
Me niego y reniego.
Me rehuso a olvidarte.
Es mi derecho.
Porque prefiero arrancarme el corazón
antes que los recuerdos.

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14 febrero, 2012

Impacto

Ya hacía algún tiempo que Venus, su madre, le había regalado el arco y la aljaba para las flechas, que reemplazarían los que él mismo había fabricado con fresno y madera de ciprés del bosque. Ese día se sintió con un poder como el de los dioses.
El brillo dorado de las flechas le iluminó la cara y su alma traviesa se agitó con tal fuerza como si tuviese alas.
Acarició las flechas desde el borde, pasando por la cresta, luego el eje hasta llegar a la punta. Se acomodó la vincha que sujetaba sus cabellos y partió muy temprano, porque ese día era el día de caza.
Apenas había descansado, llegó al lugar que más le sugería su instinto, levantó su brazo y alcanzó una flecha con punta de oro y tenso el arco un par de veces midiendo su resistencia ante un objetivo. Acomodó su mano de arco, contrario a su ojo dominante Acomodó el punto de anclaje en su mano de cuerda. En ese instante distinguió sus movimientos y apunto directo al corazón.

Y así transcurrió el día soltando flechas de oro para conceder el amor y también algunas con punta de plomo para sembrar el olvido de algún dolorido corazón.
Con el arco de Cupido todo era posible: “poner, quitar, otorgar y vetar “(1).

Te preguntarás si nunca se equivoca. Sí, a veces, su vincha cae sobre sus ojos y en ese instante hace crecer el amor donde no debería. Por eso la gente dice que el amor es ciego. Pero siempre es preferible una equivocación de Cupido a que ninguna flecha nos haya alcanzado.




(1) Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, Capítulo XX.




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13 febrero, 2012

Problemas de celular


Cuando el celular sonó Vanesa  estaba  sirviéndose el  café de la noche. Pero dejó que volviese a sonar una segunda vez y de pasada tomó un cigarrillo y lo encendió mientras se dirigía al aparato que había dejado junto a unos libros.
Sabiendo que era él, absorbió un poco más de nicotina y dijo
- Hola.
La voz en el teléfono contestó
- Hola princesa, ¿cómo estás? No me llamaste en todo el día.
- Hola Esteban, estuve ocupada con una documentación que debía terminar.
- ¿Pero todo el día sin un llamado ni un mensaje? Y yo que no dejo de imaginar…  el momento de volverte a ver.
- ¿Y cómo lo imaginás?
- Pienso en tus ojos azules, en tu cabello negro entre mis dedos. Pienso en besarte y en tenerte pegada a mí. En todo lo que te deseo…
Vanesa levantó una ceja mientras se decía mentalmente… quiero verte en los próximos minutos.
- Yo también te cogería (contestó prontamente).
Esa última frase lo dejó sin palabras, ya que no existía en el  vocabulario de Vanesa esa expresión y dicha en ese tono.
Ella noto su silencio y no pudo disimular cierta sonrisa y continuó –¿Te cuento lo que te haría?
Al otro lado del celular, Esteban se sintió entusiasmado por la inusual charla.
-¿Y qué me harías? -preguntó.
- Mmmmm de todo -dijo sensualmente.
Los minutos que pasaron fueron subiendo la temperatura de la conversación… inventaron el lugar, los gestos, los detalles, la música, el olor y la cadencia,,,
La excitación de Esteban estaba en su plenitud.
Cuando ella le dijo
-Y te susurraría algo especial al oído.
-Dímelo –contestó él a modo de súplica.
-Te diría que ayer a la noche, te envié un mensaje y que no se si sabrás que me lo respondiste al rato, diciendo que estabas haciendo el amor… con tu “esposa”. Y que creo que esta noche no vas a tener a ninguna de las dos.

Oprimió tranquila la tecla end y esta vez apagó la colilla del cigarrillo sin tanta delicadeza, pero con una sonrisa.


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