18 octubre, 2011

Miradas


No apartes tu mirada de la mía.
Muestrame tus ojos;
entiendo lo que dicen cuando callas.
Ellos siempre me hablan,
pero hoy se han quedado tan mudos...
    y yo grito en los míos
    ¡No te alejes!
Tu vuelves a mirarme, pero sin decir nada.
En mi pecho se sienten los nudos y batallas.
    Y ¿si me voy contigo?
    ¿me llevas? ¿me acompañas?
Ya nos dijimos todo por eso no hay palabras.

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05 octubre, 2011

Civitaluparella


La idea de volver a caminar por aquellas calles lo había rejuvenecido.
Sesenta años después de su partida retornaba a su lugar de origen.
Los 11.000 kilómetros de distancia se fueron acortando lentamente y aparecieron imágenes, sonidos, murmullos, olores que se habían quedado dormidos.
En lo alto de la montaña se divisaba el pueblo, su pueblo y sus ojos lo recorrieron mucho antes de llegar, adivinando las callejuelas que su madre andaba para trabajar en la viña, mientras él deambulaba jugando.
En el pico más alto estaba la Chiesa di San Pietro Apostolo, donde lo habían bautizado. Una iglesia reconstruida piedra sobre piedra a imagen y semejanza de la original, porque tras la segunda guerra, habían arrasado con ella.
Pero allí estaba en medio del lenguaje de sus padres, en un pueblo que mantenía las fachadas de las casas como las rememoraba, quizás y únicamente para que las pudiese volver a ver. Y el río Sangro a lo lejos rodeado de flores y la Villa Santa María, la ciudad vecina, también germinada sobre otra prominencia y entre ambas las nubes, por estar cerca del cielo.
Con sus calles de piedra, con un precipicio (que parecía un capricho de Dios, el día que creo esa elevación), volvía a tener siete años, los mismos años que antes de su partida. Todo su cuerpo buscaba la casa que fue de sus abuelos; la herrería donde trabajaba su tío; el lugar donde se escondía cuando había realizado una travesura… las imágenes regresaban a él: vivas, fortalecidas, nítidas.
Porque allí, tras el mar, tras las montañas, alto muy alto, esta su pueblo.

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